Otra vez la oración. La Gospa no deja de decir que oremos, de recordarnos que ella es intercesora. María nos ama, su corazón maternal nos bendice y nos acompaña. La intercesión de María se expresa en su amor. “La característica de este amor materno que la Madre de Dios infunde en el misterio de la Redención y en la vida de la Iglesia, encuentra su expresión en su singular proximidad al hombre y a todas sus vicisitudes. En esto consiste el misterio de la Madre”. (Juan Pablo II, Redemptor Hominis, 22). Nuestra Madre esta siempre cercana al sufrimiento, pero también a la consolación. En las Bodas de Cana dice: “No tienen vino” (Jn. 2, 3). Y ahora continua diciendo lo que le falta al hombre y Jesús continua obrando milagros por mediación de Nuestra Madre.
La oración es la respiración del cristiano. Un cristiano que no ora en verdad no ama, muere. La llamada a la oración la debemos descubrir en lo más profundo de nuestro ser. Y estamos obligados a responder. Nuestro mundo intenta apagar ese fuego, nosotros debemos buscar leña seca para avivarlo. El ayuno, la lectura de la Palabra, el mismo Rosario, son leña que encienden el amor en nosotros. Nuestro mundo atacará a la Iglesia, a nosotros por ser cristianos, intentará convencernos de que el dinero o el sexo son nuestro fin. Pero nosotros gracias al don del Hijo sabemos bien cual es nuestro sentido. Sólo alabando y sirviendo al Señor podemos obtener la vida eterna, la vida feliz. Nada más puede llenar nuestra vida.